martes, 10 de julio de 2012

Ejercicios para instituciones



Lino 028 . Regis – Exercise for institutions
André Reszler “Marxismo y cultura

El techno necesita ser legitimado como bella arte, más allá de las recensiones que desde las sociologías pretenden monopolizarlo como mero ejercicio anecdótico de pintoresquismo fetivo finisecular. Tras su leyenda de ritual herético y comparecencia alienada de cuerpos sin identidad, el mordisco intelecual de este sortilegio tecnológico se sirve del colmillo con el que desgarra y sobresalta la cognición. Techno, Downwards, es ante todo una experiencia del pensamiento.


Uno de los grandes culpables de la existencia de este blog es Karl O´Connor, obsesión personal que trasciende en mucho la mera condición de “el mejor productor techno de todos los tiempos”: él es el Clasicismo techno por excelencia, un canon estético todavía en construcción y cuyos pasos sientan necesariamente cátedra en una cultura en la que se le profesa un respeto reverencial. Visionario por excelencia de una vanguardia felizmente inconclusa, la maestría y autoridad de su trabajo le sitúan definitivamente en otro status respecto a los demás practicantes de un palo que no es sino el suyo. Pocas figuras pueden presentar la credencial de haber inventado (y seguir inventando) un género cuyo pelotón pedalee tan exhausto tras los pasos del maillot amarillo: Autechre o Basic Channel son seguramente los otros apóstoles de una Biblia cuya redacción sigue en curso, marcada por las intuiciones y dogmas impuestos por estas autoridades que lo son por mérito histórico. Para el que aquí os habla, Regis viene a ser el Ferrán Adriá de los otros platos. Lo ha conseguido por el rigor y magisterio de su trabajo: cuando Regis habla, los demás callan.

Como digo, su sombra será constante sobre “La industria del placer”, porque su proyecto estético nos parece el más sobresaliente que pueda haber en el mundo de hoy, por más que aún no podamos evaluar su calado, cuyo reconocimiento habrá que demorar hasta que la intelligentsia comprenda por fin que personajes como él son los últimos modernos vivos, con lo de simultáneamente anacrónico y riesgoso que la sentencia pueda sonar. Moderno a la vieja usanza, de moral heroica y maneras temerarias, y último por su radical contemporaneidad, pero también porque su estirpe tal vez esté llegando a su fín: cada generación de la modernidad sintió sobre sus espaldas la responsabilidad de inspirar descendencia, pese a tratarse de una genealogía indisimuladamente plagada de divas que se cuidaban muy mucho de favorecer sus manierismos de autoría única y genial. Y los enamorados del techno tenemos en Regis a nuestra más luminosa diva divina: cumple los tópicos del narcisista insolente que teatraliza histriónicamente sus berrinches, el del nerd de poco cuerpo que juega a sentirse peligroso, el del narcisista desdeñoso que sin embargo se muestra empático con quien le entra bien por el ojo, y por supuesto el de creador genial bendecido por las estrellas.

De entre su exquisita e inmaculada discografía, empiezo comentando este aparentemente menor “Exercise for Institutions”, que quizás sirva para trazar un punto de inflexión en su carrera: hasta este momento, el trabajo de Regis era radicalmente estricto en la única producción de monotracks (modulaciones seriales de un mismo motivo musical)  sin más variable que la puntual alteración de la presentación de las capas de sonido, mientras que a partir de este 12” comenzaría a interesarse (quizás fuera de plan) por el formato canción, sobre el que ha seguido insistiendo hasta hoy. En su trabajo anterior estaba absolutamente prohibido de raíz cualquier agente narrativo más allá de las modulaciones de intensidad (subidas y bajadas de filtros) mientras que de ahora en adelante añadirá constantemente a sus producciones la complejidad derivada de la disposición de acontecimientos musicales (discontinuidades) a lo largo del tiempo: sus discos posteriores a “Exercise for Institutions” empezarán a ser canciones, y como tal han de ser escuchadas.

Seguramente eso de “accidentes musicales a lo largo del tiempo” habrá sonado muy pedante o muy abstracto, pero me parece una definición bastante correcta de lo que generalmente se considera “música”: una narración que tensiona el tiempo mediante la melodía, es decir mediante la remisión a un orden de diferencias discontinuas en el tiempo. Una canción es tiempo especificado en singularidades predecibles y por tanto esperadas. Un tiempo en el que el presente sale a buscar el futuro, y donde cada instante aislado carece de sentido, pues es función del anterior y el subsiguiente: lo melódico mantiene una compleja relación con el tiempo, pues su expresividad se basa en la conjunción de diferentes notas que, así, nunca llegan a ser presencia más que diferidas de la cadena temporal que las dota de sentido. En una canción, el tiempo es espera.

Pero no toda la música tiene por qué funcionar de esta manera, y viene de lejos la tradición de los que optaban por liberar la música de su narratividad, prescindiendo del recurso dinámico de la melodía, para así emancipar lo acústico como fenómeno sensorial capaz de expresar sin un sentido, trayectoria, significación o espera algunas. Tomo del “Marxismo y cultura” de Reszler esta asombrosa cita de Christian Wolfe, que pareciese estar hablando de techno en los años 60:

La música tiene un carácter estático. No va en ninguna dirección particular. No se encuentra un interés experimentado por el tiempo como medida de la distancia, desde un punto dado en el pasado a un punto situado en el futuro… No se trata de llegar a ningún sitio, o de haber llegado de algún sitio en particular”.



La alusión al recomendabilísimo libro de Reszler no es gratuita, pues la tesis fundamental del texto se ajusta como un guante a la trayectoria de Regis que resumimos en “Exercise for Institutions” como punto de inflexión: “Marxismo y cultura” reconstruye la irresuelta escisión, en el corazón del debate estético marxista, entre una facción “dogmática”, teleológica y pro-histórica, frente a la más radicalmente crítica y antidogmática, libertaria, antiteleológica y post-histórica. Una bipolaridad que desde la reflexión sobre el arte compromete la viabilidad y consistencia del sistema marxista en sus más sólidos fundamentos,  pues esta polémica es ampliable al conjunto del proyecto emancipador del materialismo histórico, y esta puja entre el marxismo canónico y el libertario es ampliable a los campos de lo político, lo sociológico o lo científico. Tal vez haya, como se suele decir, muchas izquierdas, pero lo que es seguro es que hay al menos dos. Una dictadura del proletariado necesariamente acompasada según un código reglado de prácticas, pero paradójicamente argumentada como liberación radical de las conciencias: el racimo de marxismos no ha resuelto todavía una postura firme frente a la institución Estado, una sempiterna contienda entre anarco-liberales y comunistas que ha erosionado mucho la credibilidad del proyecto Izquierda. Una bipolaridad que, como digo, Reszler detecta muy argumentadamente en el campo de la estética, escindida entre aquellos marxistas dogmáticos para los que el Arte tenía una función simbólica irrenunciable (defendiendo por tanto formas de expresión relativamente clásicas) frente a los que consideraban que lo artístico es por esencia un campo de libertinaje y ruptura (promoviendo la anti novela, el anti arte, la superación de lo histórico y la obsolescencia de cualquier narratividad).
El libro recoge con mucha perspicacia ejemplos de este dualismo, que durante décadas fue causa de encendidísimos encontronazos entre los popes de cada una de las tendencias: mientras los pretorianos del marxismo más canónico apuestan por un arte unificador, fuertemente significativo, objetivo e inscrito en la historia (paradigma apolíneo de la modernidad cuyo máximo valedor será Lukács, y su gran estrella Thomas Mann), las vanguardias rupturistas promovían la deshumanización, la trascendencia de todo simbolismo o significación, la disolución del concepto de historia como orden predestinado, y la estetización de lo  fragmentario, el sinsentido y el azar (el paradigma anti-teleológico y dionisíaco implícito en Joyce, Beckett, Schönberg o Kafka). Una izquierda cuya esquizofrenia entre los polos hegeliano y nihilista, entre la historia como orden finalista o como devenir indomado, sigue hoy en día imposibilitando el consenso de un proyecto común, y a los hechos me remito (el 15M y #occupy no supieron o no quisieron detectar ni mucho menos resolver esta fractura).

Desde esta perspectiva, la primera etapa de la trayectoria de Regis (la que orbita en torno a Downwards) es la más férreamente nihilista, y la que con más rigor y militancia apuesta por la genealogía anti teleológica, uno de cuyos grandes objetivos ha sido la destrucción del orden narrativo tradicional y su sentido implícito de orden necesario. Un proyecto que, en el campo de la música, opera fundamentalmente soliviantando la gestión del tiempo. Cito a Reszler:

Si las obras de un Bach, de un Haydn, de un Wagner o incluso de un Bartok difieren por determinadas características como el estilo melódico, la textura y el timbre instrumental, se parecen, no obstante, bajo un ángulo fundamental: en esta música, las tonalidades se ponen constantemente en relación y se refieren las unas a las otras. Persiguiendo entonces finalidades que le son propias, la música teleológica se inscribe en una perspectiva única. Nuestra experiencia pasada con su gramática nos permite prever su evolución, captar su estructura y finalidad. La música de vanguardia en cambio no sigue un itinerario preestablecido. Por consiguiente no provoca esperas, no reserva sorpresas. Inorgánica, estática, está simplemente ahí. (…) El artista busca encontrar de nuevo el goce ingenuo, primitivo de los objetos y de las sensaciones, redescubrir la realidad y la sensualidad de los materiales del arte como materiales puros, de la existencia como existencia. Su intento por sustraer el arte a la influencia corruptora de la ideología, corresponde al despertar de una nueva sensibilidad neo-roussoniana, neoanarquista. La nueva fase “olímpica” del arte anula el tiempo, la historia y reconcilia al hombre con la naturaleza mediante el gesto desinteresado y objetivo de un nuevo acto creador”.

No es casual que ese “olimpismo” del que habla Reszler tenga en el caso de Regis su mejor ejemplo en un disco titulado, muy apropiadamente, Gymnastics, el más severo y áspero de su carrera: bucles indeterminados de secuencias estáticas repetidas desapasionadamente, gélidos timbres sintéticos incómodamente bellos, monotracks sin principio ni final, sin siquiera trayectoria: música que pulsa el tiempo normalizándolo en un tempo y dotándolo así de presencia.  Antimúsica objetiva y seriada, cuya única lógica compositiva es la de propulsar la motricidad de los cuerpos. Sobrecoge pensar que un planteamiento tan radical y enraizado en los grandes desafíos de la vanguardia clásica (siempre elitista y aristocrática, y cuyo populismo nunca encontraría eco real en la sociedad) haya alcanzado tanta difusión en el folk contemporáneo: los miles y miles de chavales que bailan a Regis en las catacumbas de Europa quizás ignoran que están haciendo realidad uno de los rituales más infructuosamente invocados por la modernidad heroica.

Pero como ya he dicho, los dos temas que componen “Exercise for Institutions” (título ajustado a nuestra tesis) marcan un punto de inflexión sin vuelta atrás: aquí el techno abandona su radical serialidad para abrir la veda de lo narrativo, mediante la incorporación del acontecimiento como singularidad que puntúa trayectorias en el tiempo acústico. A partir de ahora, los tracks ya no serán bucles infinitos, tiempo disuelto y desestructurado, sino que vienen organizados como secuenciaciones unitarias con planteamiento, nudo y desenlace. El taboo de la estructura ya había sido traicionado tímidamente en la monumental “Guiltless” producida un año antes por Regis junto a Peter Sutton, pero será en este maxi donde se inicia el nuevo camino sin retorno: el último 12” de Downwards es el primero en incluir canciones.

Dos canciones soberbias que, sin embargo, se permiten prescindir del recurso a la melodía: la narratividad del techno se reduce (por ahora) a la concatenación de loops diferentes, pero el cambio en la figuralidad del tiempo altera completamente su esencia, su modo de operar y emocionar: insisto en que aquí el protagonista es la espera del acontecimiento, se trata de tiempo coartado, en oposición a la inmediatez intemporal del antiguo monotrack. Ahora tienen lugar discontinuidades, puntuaciones mediante puntos de inflexión que despliegan una cardinalidad hasta entonces ausente. Pero no será esa la única novedad que traerá este fundacional 12”: siguiendo los hallazgos de “Againstnature”, aquí las texturas se licuan formando una única masa sonora pesada, grave, rocosa, en sfumatto, fuertemente percusiva pero donde los golpes se disuelven en una atmósfera ilimitada, limitando su autonomía. Un nuevo lenguaje que encontrará continuación en el subsiguiente “Penetration” pero muy especialmente en la escalofriante “Burn your way in”, canción sagrada en la historia del techno que daría pistoletazo de salida a los luego legendarios British Murder Boys. “Exercise for Institutions” es entonces, en su aparente condición menor, una obra clave en el trabajo del gran valedor del techno como cuerpo cultural: aquí se funda el tránsito desde el nihilismo celebrativo hasta una nueva reformulación del sentido. Musical, vivencial y existencial.



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