miércoles, 29 de agosto de 2012

Ética y Épica de la generación perdida



The Cabin in the Woods 
film de Drew Goddard, 2011





El desprestigio cultural ofrece una potencia colateral de la que muchos han sabido sacar petróleo: cuando alguien se expresa en un medio o un lenguaje de nulo respeto institucional, puede permitirse el lujo de cometer las mayores tropelías estéticas sin herir sensibilidades académicas, o lo que viene a ser lo mismo, experimentar sin la cortapisa de un requerimiento de distinción. El pop lowbrow, la guerrilla de los proscritos en la academia y prescritos en las catacumbas microculturales, es prolijo en su oferta de obras resbaladizas y hasta delirantes, pero el espeleólogo de ojo clínico podrá encontrar auténticas joyas creativas en los contextos más inesperados si sabe cribar el grano de entre la paja.

 
Uno de los géneros más sorprendentemente descarados y temerarios en la reformulación de sus propios clichés (y por ende, de toda narrativa en general) es el slasher, cuyos tipismos han sido retorcidos con especial imprudencia y descaro, hasta el punto que uno no sabe si lo exótico y trasversal de muchos de sus clásicos es fruto de una estudiadísima estrategia intelectual, o si son aciertos meramente accidentales. Da igual: una película tan redonda como la primera “Scream”, con sus juegos auto referenciales y meta narrativos a costa de la complicidad del espectador, no necesita un manifiesto cultureta que la legitime porque resulta deliciosa de cualquier manera. O aquella magnífica “The Blair witch project” rodada con cuatro duros y sin densidad intelectual alguna, llevaba la pompa intelectualoide del glamouroso “Manifiesto Dogma 95” a las multisalas de los centros comerciales para deleite de canis y jenis de todo el planeta. Films que no ganan oscars y que no obstante alcanzan un culto bien longevo gracias a la fidelidad de los fans, hasta que a la crítica cinematográfica del futuro le de por descubrir que en realidad el genio de 2010 no era Michael Haneke, sino por ejemplo Rob Zombie.


La última película en unirse al altar del cine pop-experimental-despendolado es la esperadísima “The cabin in the woods”, que por fin tenemos perfectamente ripeada en DVD tras tantos meses esperando como agua de mayo la que se anunciaba como uno de los acontecimientos frikis del año: la campaña viral de ansiedad con la que se promocionó en los blogs más cavernícolas del mundillo gore hablaba de una película llamada a marcar un punto y aparte en la historia del slasher de formulario, y aunque el resultado dista mucho de alcanzar semejante status, lo cierto es que el film es un apañadísimo divertimento cultural, con detalles francamente ingeniosos y con la suficiente desvergüenza dionisíaca para que sus indisimuladas petulancias autoriales no rechinen ni le resten festividad a la fórmula.
Posmoderna y metalingüística hasta el tuétano, su planteamiento es meridianamente claro: algo así como una versión slasher de “El show de Truman” de ambientación american gothic y en homenaje a H.P. Lovecraft, protagonizada por supuesto por un elenco de rubicundos beefcakes y monísimas starlettes de amplio muslamen. El tipo de película que satisfará al que haya crecido con la saga "Viernes 13" y tenga un doctorado en literatura comparada. ¿Algo así es posible? Todo es posible en America, y una película tan loca como esta se ganará tantos detractores (los que no empaticen con su humor autoparódico) como admiradores rendidos (los que sobresignifiquen los manierismos de cultural studies). Allá cada cual, pero yo no la recomendaría más que a verdaderos enfermos del cine sangriento para teenagers.
Si la comento aquí es por lo incorrectísimo de su escena final, uno de los más inmorales del cine de palomitas, así que dejen de leer el post los que quieran evitar el spoiler. El caso es que tras una delirante secuencia protagonizada por bichos digitales (y que, no sé si involuntariamente, resulta tan chirriante como aquellos monstruitos de Ray Harryhausen) los dos únicos supervivientes del protocolario festín de asesinatos que componen el film, se ven obligados a tomar una decisión de responsabilidad moral en principio poco inquietante: han de decidir si sacrifican sus vidas para así salvar al conjunto de la humanidad, o bien negarse y desencadenar el fin del mundo (con lo cual ellos morirían igualmente). En la típica peli yanky de bollicaos descuartizados la respuesta hubiese sido inmediata, y el héroe jock de turno no hubiese pestañeado antes de quitarse la vida para así salvar a sus conciudadanos… Pues bien, mucho ha cambiado el cuento porque ahora los protagonistas consideran que esa disyuntiva es inaceptable y que, conforme al viejo refrán, o follamos todos o tiramos la puta al río. La película termina así en un inesperado Fín del Mundo que sabe a punk, en la medida en que los protagonistas rechazan la épica de convertirse en héroes contra su voluntad, por el mero hecho de sentir que es una responsabilidad discriminatoria. Un plantón a la patria de los que hacen historia.
La metáfora envenenada de la “generación perdida” de la que hablaban las autoridades europeas no hace tanto es inmediata: al joven de hoy se le exige una retahíla de penitencias y sacrificios por el bien de “la viabilidad del sistema”, orientadas a salvar los papeles de la casta (“minucias” como emigrar o sacrificar sus honorarios por honrar la “productividad”) y la respuesta que ofrecen los jovenzuelos de este desmelenadísimo film es un sonoro “fuck you” más cargado de ética de lo que pueda parecer: o nos jodemos todos, o no se jode nadie. Así de simple.
Estimable película que sólo tiene una pega mayúscula: ¿¿qué triquiñuela argumental se sacarán de la manga para poder rodar una segunda parte?? Apuesto a que optarán por el modelo Paranormal Activity: precuela tras precuela hasta que la platea se aburra del franquiciado.Mientras tanto, a disfrutar palomitas en mano.
 


1 comentarios:

  1. "Un plantón a la patria de los que hacen historia" que frase más grande Observer.

    ResponderEliminar

Template developed by Confluent Forms LLC; more resources at BlogXpertise