lunes, 19 de noviembre de 2012

Identidad política #10: ¿Barbarie o militancia?

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Mutual Assured Destruction
Barbaros / Militantes

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Aquello que define al bárbaro como tal es su otredad cultural, su irreductibilidad a los parámetros que utiliza nuestra civilización para comprender el mundo. El bárbaro es el afuera de la cultura, pero no porque carezca de sus propios mecanismos culturales, sino por nuestra incapacidad para traducirlos a nuestros propios términos, y con el que por tanto no podemos establecer una relación dialéctica. Más allá de su diagramático barbarismo (noción que viene a ser un índice de caos, de entropía), no conseguimos encontrar para él una identidad.

El capitalismo podía considerar al comunismo una alternativa abyecta, totalitaria o disfuncional, pero no bárbara, pues competían en juegos de poder cuyas reglas compartían y que, por tanto, posibilitaba que ambos bloques se relacionasen mediante un reparto de identidades mutuamente aceptado. Eso no sucede con el bárbaro, con quien es imposible establecer la lógica oposicional (tan hegeliana) que mantenían los bloques de la guerra fría. Una herramienta estupenda para explicar esa condición insondable de la barbarie es el excepcional concepto de Jacques Ranciere del “reparto de lo sensible”: el bárbaro no comparte con nosotros la representación de lo real. Su idioma no es “traducible” al nuestro, pues sus palabras significan conceptos que nosotros no comprendemos: no son seres incivilizados, sino seres cuya civilización nos es inmanejable, incomprensible e incontrovertible. La radical incongruencia entre su cosmogonía y la nuestra hace de él un agente especialmente desconcertante, pues es inmune a nuestros discursos (que no entiende). Al bárbaro no se le puede convencer, pues no escucha.


Desde este concepto de barbarismo que propongo, el “bárbaro” más puro es el extraterrestre: aquel que llega de un “mundo exterior” e interactúa con nosotros conforme a intenciones que no podemos evaluar porque nos son completamente inaccesibles. Los bárbaros que asolaban los límites del imperio romano no eran “otras culturas” que pretendiesen derrocar el poder imperial, sino a su manera aliens, seres de otro mundo, del mundo extramuros, los habitantes de más allá de los confines del lenguaje romano.



El capitalismo no tiene “bárbaros” entre los peligros que le acechan, pues se trata de un sistema que, después de la globalización, se ha convertido en una omnipresencia sin afuera. El reparto capitalista de lo sensible se ha universalizado de tal modo que incluso los muyahidines calzan zapatillas Nike, los inmigrantes nigerianos hablan francés, los operarios de corea del norte manejan tecnología y ciencia occidentales, el real time de las transacciones se pliega a una misma agenda planetaria. No existen esos “nuevos bárbaros” de los que habla Umberto Eco, pues lo que él describe no son “aliens”; sino simplemente marginales. Aquellos en los que deposita el desafío de acabar con el capitalismo no son los seres que hay extramuros, sino los habitantes de la periferia, los límites, los márgenes. Marginales, pero embebidos en la cultura del capitalismo: sus palabras, sus ritos, su inconsciente, sus imágenes y su espaciotiempo son derivados de la cosmogonía del imperio, con el que mantienen complejas relaciones de simbiosis y parasitismo..

La élite de nuestro imperio es consciente desde hace mucho de esta situación: en los dos mil el gran enemigo no eran ejércitos a la vieja usanza amenazando los límites del territorio conquistado, sino ese virus endógeno, tras-territorial, invisible e ilocalizable que es el “terrorista”. La tecnología bélica contemporánea no se orienta tanto a la producción de armas para la gran batalla a cielo abierto, como a la invención de sistemas de observación, detección y destrucción selectiva de pequeños comandos terroristas situados en cualquier lugar de la superficie del globo. Durante varios años los aparatos propagandísticos del imperio intentaron convencernos de que Bin Laden era el nuevo Stalin, el enésimo Supervillano siniestro al estilo Marvel figurado en modo casi paródico, para tener una “figura carismática” en la que encarnar y personalizar los supuestos peligros de la barbarie. Al Qaeda devino así la última intentona del sistema por mantener vivo el pensamiento oposicional dialéctico: se quiso hacer de los terroristas árabes el “ellos” que toda civilización necesita para afirmar un “nosotros” enfrentado, pero no funcionó. Desconcertantemente, la decadencia del imperio no viene propiciada ni por bárbaros como exterioridad radical, ni por el Gran Mal dialéctico con el que medirse en un juego común de complementariedades al estilo de la guerra fría.

Ante la ausencia de bárbaros, por tanto, nos quedan los marginales como única fuerza motriz capaz de empujar los acontecimientos en una dirección que empuje al sistema hacia el abismo de su propio colapso. El concepto del habitante del margen, tan de Guattari, ofrece un problema hoy muy candente, yo diría que crucial, como es el de la mitilancia



Uno de los dogmas invisibles sobre los que se construye la Historia que se enseña en las escuelas, es la consideración de que siempre hay alguna forma de militancia detrás de los acontecimientos sociopolíticos paradigmáticos, y más específicamente en las revoluciones. Cada cambio de régimen se explica mediante el concurso de algún colectivo militante que actúa como desencadenante del acontecimiento, y que puede ser o bien el “afuera” del régimen, o bien su vanguardia, pero que en cualquier caso actúa guiado por la voluntad, a expensas de un ideario que lo identifica y sin el cual la sublevación de lo real no hubiese sido posible. El culto historiográfico por la militancia (que es, en última instancia, una forma de sublimación de las ideologías como los actores fundamentales de la historia) reduce al ciudadano neutro (el hombre unidimensional, el hombre sin tributos, el ser apolítico) a mero objeto pasivo que recibe la historia como una construcción que le atraviesa pero en cuyos desarrollos no participa más que en calidad de espectador y paciente. Un presupuesto con el que no puedo alinearme porque considero que el protagonista absoluto del teatro histórico es la masa silenciosa, que tras su aparentemente inocua “no militancia” ejerce en realidad la soberanía plena desde las sombras, e inconscientemente: el ciudadano de a pie, el mediocre, siempre ha sido el que tiene el mango de la sartén de la historia.

La colectividad (comunidad de comunidades), verdadero agente efectuante del devenir de la historia, construye sus hábitos en base a un “inconsciente colectivo” de tan honda soberanía que el ciudadano por lo general no sabe lo que hace ni por qué lo hace, y en ese hacer sin saber aparentemente inofensivo tiene un músculo capaz de producir las mayores catástrofes con una fuerza que trasciende las ideologías. El “bárbaro” no es el afuera de la sociedad, sino que es el cuerpo social mismo actuando espontáneamente, sin argumentos, discursos ni militancias, siguiendo únicamente la lógica del acontecimiento cotidiano. El único bárbaro en el que podemos confiar para desmontar el andamiaje capitalista es el de la mayoría silenciosa, el hombre-masa, el ser apolítico que vive embebido en el pragmatismo de la supervivencia y cuya voluntad secreta es siempre la que termina por realizarse, pues no hay más historia que la de las masas., ni más designios soberanos que los suyos.



En algún post anterior planteaba la hipótesis de que el devenir revolucionario se desencadenaba siguiendo la dinámica de un acto de amor: Neo se une a la revolución subsidiariamente a su interés por Trinity, la metáfora perfecta del agenciamiento político fundamental del que la “ideología” es un epifenómeno o propiedad emergente. La militancia sería según este argumento un acto pasional, amatorio, que opera conforme a los mismos procesos de revelación, convencimiento y actuación que animaban al amante proustiano: del mismo modo que el enamoramiento es el sobresalto revolucionario de los propios hábitos sentimentales, las revoluciones son la invocación amorosa del sobresalto de la forma de vida. El militante está enamorado de una Idea.

Como alternativa al tipo de acontecimiento político desatado mediante militancias, en otro post especulábamos con la posibilidad de que la civilización esté dando inconscientemente por finiquitado al capitalismo y por eso se dirige tan resueltamente hacia el abismo socioeconómico: sin la fuerza aglutinante de la militancia pero con el mismo ímpetu histórico, las consecuencias del desencanto de la “clase media” pueden ser tan virulentas, tan antisistema, como las del más apasionado activismo: clase media que, así, puede ser el nuevo bárbaro llamado a dilapidar el capitalismo endógenamente.
Ambas posturas son las dos caras de la moneda revolucionaria: el militante que actúa conforme a determinaciones ideológicas versus el bárbaro que actúa pulsional e inconscientemente, sin una agenda. Ambos funcionan estupendamente como comando de demolición y su capacidad para socavar al enemigo es la misma, pero hay una diferencia cruial entre ellos: el militante tiene un plan, una hoja de ruta, mientras el mero bárbaro inconsciente no sabe a dónde se dirige (y ese es el gran drama emocional de la clase media actual, que está colaborando por pasiva en que todo colapse, pero no acierta a imaginar lo que pueda venir después).

Llegamos a la conclusión de que el único agente potencialmente revolucionario es la mayoría silenciosa, y de que si queremos evitar los medievalismos de una revolución bárbara necesitamos una utopía capaz de instituirse en objeto de enamoramiento: la agenda de los activismos revolucionarios exige “seducir” al ciudadano mediocre y atraerlo hacia la causa. Nuestra descripción de la militancia como acto de amor me lleva a lo que dije de Proust, y su análisis del placer deducible a aquella máxima de Kant: “quien ama los fines ama los medios”: El enamorado no sólo lo está de su objeto, sino de la propia épica (revolucionaria) de su enamoramiento, una consideración que trasladada al terreno político aporta una consecuencia meridiana: no se puede plantear una utopía convincente y obviar los medios para realizarla. La capacidad de seducción de una utopía no es sólo función de su idoneidad moral, sino más sensiblemente de la viabilidad y atractivo de los “pasos intermedios” necesarios para su efectuación. No se puede invocar al comunismo, por ejemplo, sin determinar con claridad y orden cada uno de los pasos que, desde aquí, nos podrían conducir de manera real, pacífica y apetecible a su implantación fáctica. He conocido a muchísimos comunistas y comunistillas a lo largo de mi vida, e independientemente de la diversidad de conocimientos y convencimientos que tengan de sus respectivas utopíaa ideales, ninguno ha sido capaz de aportarme una sola idea de cómo se podría hacer una transición al comunismo en términos de realpolitik y sin heroicidades romántico-literarias. Es el extraño caso del comunista que asume que nunca habrá comunismo, pero se aferra a su activismo teatralizado como máscara desde la que presentarse en sociedad. Ese tipo de “militantes”, demasiado enamorados del hecho romántico de militar, en realidad no quieren que el comunismo se haga realidad: son como los enamorados de Proust, dicen sufrir por una situación en la que no pueden incidir, y cuya inmisericordia viven como maldición romántica (“¡¡Odette no me ama!!” /¡¡Qué malo es el capitalismo!!”). He conocido a varias personas así: gente que ha construido su vida entera sobre la leyenda ególatra del “resistente que no deja de amar una utopía imposible”, y desde luego que ninguno de ellos querría que el comunismo (o, en su caso, la independencia nacionalista, o el liberalismo, o el anarquismo…) se hiciese realidad: no sabrían que hacer en caso de un nuevo comunismo, no lo tienen pensado, ni se lo plantean, saben que eso no va a pasar, pero disfrutan de manera morbosa de una extraña ceremonia masoquista de afirmación personal a expensas de la presentación del Yo como “héroe romántico que persigue imposibles”. En otro momento debatiremos sobre el concepto de utopía, al que hay que desvestir de su condición necesariamente virtual para ver qué teclas pulsa sobre la vida real, qué cuerdas y tensa y en qué acontecimientos podemos olfatear su rastro. Por supuesto que hay militantes románticos mucho más venerables: son aquellos cuya aspiración utópica no es trascendental, sino la simple modulación de su forma de vida. Las feministas que viven como tal, los hippies, los okupas o el racimo de lo queer componen minorías aglutinadas por el amor a un mismo objetivo, pero éste dista mucho de ser irrealizable: su petit a no es una idea, sino una forma de vida como racimo de hábitos elegidos voluntariamente. Es un amor correspondido, pero no puede universalizarse tan fácilmente: el papel de estos colectivos minoritarios , marginales, ,es el de actuar como el cerebro de la historia, pero no como su músculo. Insisto en mi convencimiento de que el músculo de la historia es la mayoría silenciosa.


Termino ya, pues dudo de lo que pueda pasar a partir de ahora. Es evidente que el capitalismo no puede volver a ser el mismo, pero no soy capaz de anticipar si su sobresalto será consecuencia de una revolución militante, o de la pasividad bárbara de la mayoría silenciosa. Me inclino más a pensar en la segunda opción, pues ninguno de los activismos antisistema de hoy en día es capaz de ofrecer la utopía imprescindible para seducir a la clase media y atraerla hacia la militancia: de este modo es probable que el colapso del Imperio efectivamente derive en un mundo que se asemeje al medievalismo sobre el que especula Umberto Eco… Una falsa anarquía que quizás nos deje en manos de señores feudales neoliberales, o tal vez permita la invención de nuevas utopías y militancias. Según Marx las ideologías tienen más de consecuencia que de causa, y en ese sentido su pensamiento muestra su fundamento hegeliano: la historia se produce a sí misma desplegando acontecimientos ante cuya inevitabilidad el ser humano no puede más que plegarse humildemente. Una dialéctica precaria entre la barbarie y la militancia, pero siempre sustentada por la mayoría silenciosa y sus caprichosos amores.


2 comentarios:

  1. Ok, Umberto Eco patinó un poco con lo de los nuevos bárbaros. Pero si al colapso del pico del petróleo le sumas la negativa de las farmacéuticas a curar a los enfermos para mantener sus ingresos crónicos. Si a los quince cultivos mundiales sobre los que se fundamenta nuestra alimentación le sumas la ingeniería transgeni-cancerígena. Y si al calentamiento global por la emisión de co2 le sumas la cantidad de capital virtual que flota sobre el planeta de forma demencial. Pues ¿dónde hacen falta bárbaros o militantes? La catástrofe está servida... y la mayoría silenciosa ¡claro que lo sabe!

    Pero como dice Clément Rosset: “La celebración del gozo de vivir es una consecuencia de lo irremediable […] La conciencia de la tragedia de morir no lleva al pesimismo, sino, por el contrario, a la celebración del gozo de vivir: al hedonismo”.

    Sobre la identidad, yo creo que desde el momento en que tuvimos que buscarla dentro de nosotros mismos en las claustrofóbicas ciudades industriales, sólo ha podido ser singular. Ese fue el nuevo sentido del arte y de la pulsión expresiva que explotó en el siglo XIX... y que tan bien han sabido explotar las corporaciones de forma masiva, dando identidades singulares a la mayoría silenciosa. Porque las singularidades no se asocian, se oponen unas a otras con sus subjetividades particulares. Ahora bastante tenemos con ser militantes de nosotros mismos, ya que ni siquiera es posible sostener esa idea mucho tiempo -la idea del “yo”, claro-. Así que yo creo que a lo más que podemos aspirar es a enamorarnos de nosotros mismos... cuando nos encontramos, claro.

    Lo que no sé ahora es a qué nuevo clavo ardiente nos agarraremos para no “caernos” en tan emocionante pero precaria identidad. Porque internet para lo identidario ha resultado ser un auténtico “bluff”, ya que para creer en algo o en alguien hace falta mucho “ego”.

    Lo de la barbarie -dicho con palabras menos poéticas que las tuyas-, para mí es un eufemismo interesado que oculta sus causas y justifica la injusticia -o dicho de otra manera: el desequilibrio-. Pero eso si creo que lo “arreglará” internet, supongo:

    http://pijamasurf.com/2012/10/mono-rechaza-pago-inequitativo-y-se-va-a-huelga-video/


    PD: por cierto, el capitalismo ya no debería de llamarse capitalismo ni semiocapitalismo, puesto que ya no tiene nada que ver con la producción de mercancías ni de signos, ya que ahora, según dicen, genera valor en el vacío; así que si encuentras una palabra más actualizada, compártela porfa, aunque sea en inglés, que yo estoy muy “out” en el mundo “burbujil” :-)

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  2. me he acordado de esto leyendo el post:

    - sobre la incomprensión de la barbarie como decisión consciente:

    “El terrorista perfecto es una especie de dadaísta que no golpea a este o aquel determinado fragmento de significado, sino al significado como tal. En su opinión, es la falta de sentido lo que la sociedad no puede digerir; los acontecimientos que de una extravagante forma, carecen hasta tal punto de motivo que eliminan el significado arruinando el discurso.”

    EAGLETON, Terry. Después de la teoría. Debate, Barcelona, 2005, p.222.(http://es.scribd.com/doc/94496731/on-Despues-de-La-Teoria)

    - sobre la utopía como presencia entre nosotros (la masa silenciosa):

    "Una posición fija en el espacio está «ahí», y «ahí» es la única respuesta a la pregunta espacial «¿dónde?». La utopía, de hecho, y etimológicamente, no es un lugar. Y cuando la sociedad que aspira a trascender está en todas partes, sólo puede caber en lo que queda, el invisible punto no-espacial en el centro del espacio. La pregunta: «¿Dónde está la utopía?» equivale a la pregunta: «¿Dónde está el en ninguna parte?», y la única respuesta a esa pregunta es «aquí»."

    Northrop Frye: Diversidad de utopías literarias, en: Manuel, Frank E. (ed.): Utopías y pensamiento utópico, Espasa-Calpe, Madrid, 1982.

    ... pero lo que me parece más operativo ahora mismo va en la línea del "las ideologías tienen más de consecuencia que de causa"... en cómo los discursos son radicalmente cómplices o productores de la realidad aún pareciendo "sólo" analíticos... muy ligado además al tema de Manuel De Landa y su Historia No-Lineal... brutal todo señores, sigan a ello! abrazo!

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