miércoles, 14 de noviembre de 2012

Mutatis Mutandis

Photobucket



(textos extraídos  de “La nueva Edad Media” de Umberto Eco
por Post Dos

Photobucket


Recientemente, y desde muchas partes, se ha empezado a hablar de nuestra época como de una Nueva Edad Media. El problema es si se trata de una profecía o de una constatación.

La tesis de Vacca se basa en la degradación de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica que, demasiado vastos y complejos para ser coordinados por una autoridad central y también para ser controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, están condenados al colapso y, por interacciones recíprocas, a producir un retroceso de toda la civilización industrial.

¿Qué necesitamos para hacer una buena Edad Media? Ante todo una gran Paz que se degrada, un gran poder estatal internacional que había unificado el mundo bajo una lengua, costumbres, ideología, religión, arte y tecnología y que, en un momento dado, a causa de la propia ingobernable complejidad, se derrumba. Y se derrumba por la presión que en sus fronteras ejercen los «bárbaros», que no son necesariamente incultos, sino que son portadores de nuevas costumbres y de nuevas visiones del mundo.

Por instinto se perseguía la fe que, a la larga, parecía más letal para el sistema, pero, en general, una gran tolerancia represiva permitía aceptarlo todo.




Photobucket



El colapso (militar, civil, social y cultural) de la Gran Pax abre un período de crisis económica y de vacío de poder, pero sólo una justificable reacción anticlerical ha permitido considerar los Siglos Oscuros tan «oscuros». En realidad, incluso la Alta Edad Media (y más la Edad Media posterior al año 1000) fue una época de increíble vitalidad intelectual, de diálogo apasionante entre civilización bárbara, herencia romana y estímulos cristiano-orientales, de viajes y de encuentros, con los monjes irlandeses que atravesaban Europa difundiendo ideas, promoviendo lecturas, inventando locuras de todo género...

Sería pueril encasillar en una imagen precisa a los «nuevos bárbaros», incluso por la carga negativa y desorientadora que para nuestros oídos ha tenido siempre el término «bárbaro»: difícil decir si son los chinos o los pueblos del tercer mundo, o la generación contestataria, o los inmigrantes meridionales que están creando en Turín un nuevo Piamonte que antes jamás existió; y si apremian en las fronteras (donde están) o trabajan ya en el interior del cuerpo social.


Por otra parte, ¿quiénes eran los bárbaros en los siglos de la decadencia imperial, los hunos, los godos o los pueblos asiáticos y africanos que implicaban la central del imperio en su comercio y en sus religiones? Lo único que en concreto estaba desapareciendo era el Romano, como hoy desaparece el Hombre Liberal, empresario emprendedor de lengua anglosajona que tuvo en el Robinson Crusoe su poema primitivo y en Max Weber su Virgilio.


En las pequeñas villas suburbiales, el ejecutivo medio de pelo cortado en cepillo personifica todavía al romano de antigua virtud, pero su hijo ya va con pelos de indio, poncho de mexicano, toca el sitar asiático, lee textos budistas o libelos leninistas y (como sucedía en el Bajo imperio) a menudo logra poner de acuerdo a Hesse, el zodíaco, la alquimia, el pensamiento de Mao, la marihuana y la técnica de la guerrilla urbana; basta leer Do it de Jerry Rubin o pensar en los programas de la Alternate University, que hace dos años organizaba en Nueva York cursos sobre Marx, economía urbana y astrología.


Por otra parte, también este romano superviviente juega, en los momentos de aburrimiento, al intercambio de parejas y pone en crisis el modelo de la familia puritana.


Este romano de pelo en cepillo, inserto en una gran corporación (gran sistema que se degrada), vive ya de hecho la descentralización absoluta y la crisis del poder (o de los poderes) central reducido a una ficción (como era el Imperio) y a un sistema de principios cada vez más abstractos.


En cuanto a que ahora la política del Pentágono o del FBI pueda proceder de manera absolutamente independiente de la política de la Casa Blanca es crónica cotidiana.


«El golpe de mano del poder tecnológico ha vaciado las instituciones y ha abandonado el centro de la estructura social», observa Colombo, que añade que el poder «se organiza abiertamente fuera del área central y media del cuerpo social, dirigiéndose hacia una zona libre de tareas y responsabilidades generales, revelando abierta y súbitamente el carácter accesorio de las instituciones».


Photobucket




Un geógrafo italiano, Giuseppe Sacco, desarrolló hace un año el tema de la medievalización de la ciudad. Una serie de minorías que rechazan la integración se constituyen en clan, y cada clan caracteriza un barrio, que se convierte en el centro propio, a menudo inaccesible. A ese espíritu de clan se unen por otra parte las clases pudientes que, siguiendo el mito de la naturaleza, se retiran al exterior de las ciudades, en los barrios jardín con supermercados autónomos, que dan origen a otros tipos de microsociedad.

Por supuesto, nuestro paralelo medieval debe articularse sin temor a las imágenes simétricamente opuestas. Porque, mientras la otra Edad Media estaba estrechamente ligada a la disminución de población, abandono de la ciudad y penuria del campo, dificultad de comunicación, deterioro de las vías y correos romanos y crisis del control central, hoy parece que ocurra (respecto a la crisis de los poderes centrales) el fenómeno opuesto: el exceso de población interactúa con el exceso de comunicaciones y transportes y hace inhabitable la ciudad, no por destrucción y abandono, sino por un paroxismo de actividad.


La hiedra que corroía las grandes construcciones ruinosas es sustituida ahora por la contaminación atmosférica y por la acumulación de basuras que desfiguran y vuelven irrespirables las áreas habitadas. Por otra parte, la gran ciudad, que hoy no es invadida por bárbaros beligerantes ni devastada por incendios, sufre escasez de agua, crisis de energía eléctrica disponible y parálisis del tráfico.


El poder teme el relajamiento de los ceremoniales o la falta de obsecuencia formal en las instituciones, en los que se ve la voluntad de sabotear el orden tradicional y de introducir nuevas costumbres. Los profesores de Castelnuovo fueron incriminados, porque no registrar las ausencias en las asambleas equivale a no hacer sacrificios a los dioses.

Photobucket

La Alta Edad Media se caracterizó también por una gran decadencia tecnológica y por la pauperización del campo. Actualmente el paralelo se invierte para coincidir de nuevo: el gran desarrollo tecnológico provoca obstáculos y disfunciones, y la expansión de la industria alimentaria se convierte en producción de alimentos tóxicos y cancerígenos.

Por otra parte, la sociedad de consumo a ultranza no produce objetos perfectos, sino maquinillas fácilmente deteriorables y la civilización tecnológica se va convirtiendo en una sociedad de objetos usados e inservibles; mientras que en el campo asistimos a deforestaciones, abandono de cultivos, contaminación de las aguas, de la atmósfera y de las plantas, desaparición de especies animales y fenómenos parecidos, por lo que la necesidad, si no de judías, sí de una inyección de elementos genuinos, se hace cada vez más apremiante.

Por estos anchos territorios dominados por la «insecuritas» vagan bandas de marginados, místicos o aventureros. Al lado de los estudiantes que, en la crisis general de las universidades y gracias a becas completamente incoherentes, se vuelven itinerantes y recurren sólo a profesores no sedentarios rechazando sus propios «instructores naturales», tenemos bandas de hippies -verdaderas órdenes mendicantes-, que viven de la caridad pública en su búsqueda de una mística felicidad.

Otras formas afines a las de las órdenes mendicantes son por el contrario reivindicadas en otra clave por grupos politizados, y el moralismo de la unión de los marxistas leninistas tiene raíces monásticas, con su llamado a la pobreza, a la austeridad de costumbres y al «servicio del pueblo».

Si estas comparaciones parecen disparatadas, piénsese en la enorme diferencia que, bajo la aparente cobertura religiosa, había entre monjes contemplativos y holgazanes, que en la clausura conventual no hacían nada, franciscanos activos y populistas, y dominicos doctrinarios e intransigentes, todos ellos voluntariamente marginados, pero de manera diferente, del contexto social corriente, despreciado por decadente, simbólico, fuente de neurosis y «alienación».


La práctica del recurso a la auctoritas es un aspecto de la cultura medieval que una óptica laica, iluminista y liberal nos ha llevado, por un exceso de obligada polémica, a juzgar mal y a deformar. El estudioso medieval aparenta siempre no haber inventado nada y cita continuamente una autoridad precedente. Así, el discurso cultural medieval parece, desde fuera, un extenso monólogo carente de diferencias, porque todos procuran usar el mismo lenguaje, las mismas citas, los mismos argumentos, el mismo léxico, y para un oyente externo parece que siempre se dijera la misma cosa.


«La autoridad tiene una nariz de cera, que puede deformarse como se quiera», dice Alain de Lille en el siglo XII. Pero ya antes que él Bernard de Chartres había dicho: «Somos como enanos en hombros de gigantes»; los gigantes simbolizan la autoridad indiscutible, mucho más lúcidos y clarividentes que nosotros, pero nosotros, pequeños como somos, cuando nos sostenemos sobre ellos, vemos más lejos.


Nada más próximo al juego intelectual medieval que la lógica estructuralista, como nada se le parece más, a fin de cuentas, que el formalismo de la lógica y de la ciencia física y matemática contemporáneas.


Pero se trata, en ambos casos, de dos modos de afrontar la realidad que carecen de paralelos exactos en la moderna cultura burguesa y que dependen, tanto uno como otro, de un proyecto de reconstitución frente a un mundo del que se ha perdido o rechazado la imagen oficial.

Photobucket

Sin embargo, cuando se pasa a los paralelos culturales y artísticos, el panorama se vuelve mucho más complejo. Por una parte, tenemos una correspondencia bastante perfecta entre dos épocas que, de modo diferente, con iguales utopías educativas e igual enmascaramiento ideológico de un proyecto paternalista de dirección de las conciencias, tratan de borrar la diferencia entre cultura docta y cultura popular a través de la comunicación visual.

Ambas son épocas en que la élite selecta razona sobre textos escritos con mentalidad alfabética, pero después traduce en imágenes los datos esenciales del saber y las estructuras sustentantes de la ideología dominante. En la Edad Media, cultura de lo visual, la catedral es el gran libro de piedra, y en efecto es el manifiesto publicitario, la pantalla televisiva, el místico tebeo que debe contarlo y explicarlo todo, los pueblos de la tierra, las artes y los oficios, los días del año, las estaciones de siembra y cosecha, los misterios de la fe, los episodios de la historia sagrada y profana y la vida de los santos (grandes modelos de conducta, como hoy lo son los divos y cantantes, élite sin poder político, como diría Francesco Alberoni, pero con enorme poder carismático).


Junto a esta sólida empresa de cultura popular se desarrolla el trabajo de composición y collage que la cultura docta ejerce sobre los detritus de la cultura del pasado.


Dominaba una total indiferenciación entre objeto estético y objeto mecánico (un autómata en forma de gallo, artísticamente cincelado, joya cinética si alguna vez la hubo, le fue regalado a Carlomagno por Harun al-Rashid), y no existía diferencia entre objeto de «creación» y objeto curioso, ni existía distinción entre lo artesanal y lo artístico, entre «múltiple» y ejemplar único y, sobre todo, entre hallazgo curioso (la lámpara liberty como el diente de ballena) y obra de arte.


Todo ello dominado por un sentido chillón del color y de la luz como elemento físico de goce, y no contaba si, allí, había vasos de oro incrustados de topacios que reflejaban los rayos del sol refractados por una vidriera de iglesia, y, aquí, la orgía multimedia de cualquier Electric Circus, con proyecciones polaroid cambiantes y acuosas.

Photobucket


Decía Huizinga que, para comprender el gusto estético medieval, hay que pensar en el tipo de reacción que experimenta un burgués asombrado ante el objeto curioso y precioso. Huizinga pensaba en términos de sensibilidad estética posromántica; hoy encontraríamos que este tipo de reacción es el mismo que experimenta un joven ante un póster que representa un dinosaurio o una motocicleta, o ante una caja mágica transistorizada en la que giran haces luminosos, a mitad de camino entre la miniatura tecnológica y la promesa de ciencia ficción, con elementos de orfebrería bárbara.

Nuestro arte, como el medieval, es un arte no sistemático, sino aditivo y compositivo, hoy como entonces coexiste el experimento elitista refinado con la gran empresa de divulgación popular (la relación miniatura-catedral es la misma que existe entre el Museum of Modern Art y Hollywood), con intercambios y préstamos recíprocos y continuos: el aparente bizantinismo, el gusto desaforado por la colección, el catálogo, la reunión, el amontonamiento de cosas diferentes se deben a la exigencia de descomponer y reevaluar los detritus de un mundo precedente, quizás armonioso, pero ahora insólito.


La otra Edad Media produjo, en sus finales, un Renacimiento que se divertía haciendo arqueología, pero en realidad la Edad Media no realizó una obra de conservación sistemática, sino de destrucción casual y conservación desordenada.


La Edad Media conservó a su modo la herencia del pasado, pero no por hibernación, sino por retraducción y reutilización continua: fue una inmensa operación de bricolaje, 


en equilibrio entre nostalgia, esperanza y desesperación”.
 

Photobucket


))) pulse en cada imagen si desea escucharla (((




3 comentarios:

  1. Hey post dos, de dónde has sacado esa canción "It´s house"??? Me ha hecho mucha ilusión porque la frase que repiten está sampleada en uno de mis temas favoritos de Jeff Mills, el "Skin Deep", y no conocía el origen!!!
    http://www.youtube.com/watch?v=rVGiYUCImOQ

    ResponderEliminar

  2. El arte del camuflaje... ¡El camuflaje es el futuro!.. aunque siempre lo ha sido, claro -de ahí el éxito de las “mesas de mezclas”-.

    http://www.ortegaygasset.es/fog/ver/338/revista-de-occidente/noviembre-2008


    Sobre lo de “it´s house”, parece que fue el origen del House en 1985. Pero el origen del origen pues vete tú a saber. Yo diría que fue “otra” utilización de un instrumento ideado -en principio- para mezclar transiciones de radio -mezclador de sonido-, o tal vez por puro aburrimiento, no sé.

    Aquí lo intenta explicar el tal Chip E:

    http://www.gridface.com/features/chip_e.html


    PD: personalmente me gusta más la segunda canción de su primer disco, pero sobre gustos no hay nada escrito, sólo remezclado :-)

    http://www.youtube.com/watch?v=Sdj8qrfJQBw


    ResponderEliminar
  3. “Actualmente nos hallamos ante un mecanismo complejo que opera en tres fases: la mundialización de los intercambios, la universalidad de los valores y la singularidad de las formas (las lenguas, las culturas, los individuos, los caracteres, pero también el azar, el accidente, etc.; todo lo que lo universal rechaza, de acuerdo con su lógica, como excepción o anomalía).

    Ahora bien, la situación cambia y se radicaliza a medida que los valores universales pierden su autoridad y su legitimidad. Mientras se imponían como valores mediadores, conseguían (con mayor o menor acierto) integrar las singularidades como diferencias, en una cultura universal de la diferencia. Pero ahora ya no lo consiguen, porque la mundialización triunfante ha hecho “tabula rasa” de todas las diferencias y todos los valores, inaugurando una (in)cultura absolutamente indiferente.

    Y una vez desaparecido lo universal, una vez cerrado el paso a lo universal, sólo queda la omnipotente tecnoestructura mundial enfrentada a unas singularidades que ya no conocen freno, bárbaras”.

    ResponderEliminar

Template developed by Confluent Forms LLC; more resources at BlogXpertise