El vocablo “límite” define una
frontera infranqueable, el tope virtual de un determinado movimiento o
desarrollo: además de barrera y continente, el límite es lo que define de
manera abstracta una determinada forma, cuya esencia habilita.
En cambio, la palabra “extremo”
se refiere al nivel máximo o mínimo de ese mismo movimiento o desarrollo expansivo
considerado como serie diferencial, con lo cual siempre ha de estar contenido
en (ser interior a) la forma límite. Si el límite es potencia o virtualidad, el
extremo es actualidad. Para lo que vamos a hablar en este post, “extremo”
equivale a “margen”.
Según la wikipedia, el pomposo
lema olímpico “Citius, altius, fortius” fue ideado a finales del siglo XIX y no
en la edad antigua tal y como su sonoridad latina podría sugerir. El slogan
suele asociarse a los “valores” saludables y fraternales del deporte y en
general de toda actividad humana, expresando de manera épica y finalista la
dignidad de esa tendencia ¿connatural? al hombre que le impele a ampliar
constantemente sus fronteras, derribar las barreras que se le presentan, ir siempre más lejos,
resolver cada desafío llegando gozosamente a un meta aún más dificultosa. En
principio, a nadie se le ocurriría pensar que “citius, altius, fortius” tenga
nada de problemático (¡todo lo contrario!), pues el lema parece ser el motor espiritual
de los avances científicos, la evolución del arte, la mejora de las condiciones
sociales o la promoción de nuevas y fructíferas ideas y conocimientos, Sin embargo, la frase en cuestión tiene mucha
miga porque define en tres palabras la antropología utópica que subyace al
capitalismo, al que podemos llamar “capitalismo olímpico”, entendido no sólo
como un orden económico, sino como un sistema cultural, una civilización en su
conjunto.
Una de las ideas utópicas que
habíamos advertido en los fundamentos del capitalismo era la fe en el progreso
natural, del orden teleológio de la sociedad a través del tiempo, y en
consonancia con ese corolario el lema olímpico viene matizar la condición
necesaria para que dicho “progreso” ilimitado pueda tener lugar: la ausencia de
los límites. En el horizonte epistemológico de nuestra civilización, el
“límite” es inaceptable, y los “extremos” o “márgenes” han de ser por fuerza
expansivos, pues todas las actividades humanas están orientadas a la ampliación
de sus dominios. En su estructura esencialmente dinámica, el “límite” como
contención o barrera supondría el fin del capitalismo, un sistema que para su
correcto funcionamiento necesita que sus variables aumenten de manera sostenida
e infinita.
El problema evidente es que el
mundo es finito y limitado, y por tanto el capitalismo antes o después
alcanzará límites a su expansión que, coartando su imprescindible capacidad de crecimiento, supondrán su muerte: nuestro sistema, como
las Olimpiadas, está ideado para batir cada día un nuevo record, y asume el
dogma metafísico de que la realidad es ilimitada. No se trata únicamente de
asuntos monetarios, pues todos los campos de actuación humana están sometidos a
esa misma lógica, de manera un poco delirante. Uno de los postulados básicos
del método científico consiste en la potencial proliferación infinita del
conocimiento, de tal manera que por mucho que avance la ciencia siempre habrá
nuevos descubrimientos posibles, en un continuo descifrado de la realidad que
se puede prolongar eternamente, al igual que los nuevos cachivaches
tecnológicos que vayan deduciéndose de dichos descubrimientos. Esta cosmovisión es paralela por tanto a la lógica del marcianísimo
Libro Guinness de los Records: para cualquier meta alcanzada, siempre habrá
alguien que llegue más lejos, incluso en los desafíos más absurdos (del tipo
“record del mundo de cien metros lisos en tacones”). La lógica del olimpismo es
delirante y paranoica: supone que a medida que pasen los años, aparecerá
alguien que corra los cien metros lisos en 8 segundos, luego en 7, y así…
¿hasta cero? Conceptos como "productividad" o "rendimiento", tan empapados en nuestra vida cotidiana, parten de esa estructura irrenunciablemente inflacionaria de nuestro sistema, que se basa en una definición de nuestra existencia como una carrera de obstáculos no sólo contra nosotros mismos (eso del "crecimiento personal", uno de los memes más recurrentes de occidente) sino más penosamente contra los demás: por más que alguien tenga las
tetas más grandes del mundo, su record será siempre efímero, y pronto aparecerá
alguien con unos pechos incluso más descomunales
En ese sentido, el problema ecológico es un
verdadero quebradero de cabeza para el capitalismo, pues denuncia un hecho
incompatible con la lógica desarrollista de nuestro sistema: los recursos de
nuestro planeta son ilimitados, y por tanto hay muchos dominios de la acción
humana que no pueden crecer indefinidamente. Los ejemplos más meridianos de
ello son el peak oil y la intolerancia de la capa de ozono a las emisiones de
gases nocivos, cataclismos resultantes del momento en el que los márgenes de un
sistema alcanzan sus límites. En realidad, esa cosmogonía inflacionaria es el dogma sobre el que se fundamentan todas las burbujas que en mundo han sido.
“Citius, altius, fortius” es la Némesis de la
sostenibilidad, y he ahí donde el pensamiento ecológico supone una amenaza más
severa a la lógica capitalista, pues apunta a su estructura misma, a su
condición necesariamente expansiva. No puede haber un “capitalismo sostenible”
porque, sencillamente, ello sería la antítesis de la dinámica del capitalismo:
una estructura que cuando se estanca, colapsa. No se trata ya sólo de que el
PIB deba crecer un 3% para que la máquina siga rodando, sino que todas nuestras
estructuras culturales operan sobre esa misma esperanza en el crecimiento
potencialmente infinito: en ese sentido, el icono característico de esta forma
de pensar sería Zena Fulsom, la legendaria estrella porno de los años 70,
famosa por ser la poseedora entonces de los pechos más grandes del mundo… para
ser luego ampliamente superada por boobs de tamaños incluso más colosales.El
aburrido nuevo record de goles de Messi es el último peldaño en esta escalada
absurda hacia ninguna parte: antes o después aparecerá alguien capaz de marcar
cien goles, y luego doscientos, y así hasta el infinito.
La población del planeta no puede
crecer indefinidamente, ni el consumo de petróleo, ni el desmenuzado de las
partículas subatómicas fundamentales, ni el tamaño de nuestras ciudades, ni el de las tetas de las estrellas del porno.
Sostenibilidad exige sustituir una idea del tiempo como “progreso” por una
estructura más circular: quizás disciplinas como la filosofía o el arte, en su
aparente avanzar, no hayan dado más que vueltas en círculo sobre una serie de
problemas que son siempre los mismos. O cambiamos el chip, o algún día
aparecerá una chica con unos pechos tan grandes que su fotografía no quepa en
Internet… aunque, bien pensado, para entonces Internet ya habrá traspasado su
límite correspondiente.
ResponderEliminarOk todo. Pero la cosa va a “más” por arriba y por abajo.
A los de abajo sólo les queda ir a más para quedarse:
http://youtu.be/YBNg5X0BvEI
Y a los de arriba sólo les queda ir a más para poder marcharse:
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/08/120802_ciencia_planetas_que_pueden_albergar_vida_bd.shtml
Pero como yo no creo que exista el “aurea mediocritas”, sino sólo una cierta resignación temporal, pues a mí me parece que el movimiento sólo puede ir de un lado al “otro”. Siempre que exista “el otro”, claro. Y hoy por hoy “el otro” creo que se está elaborando a marchas forzadas. Aunque desde mi punto de vista no se trataría de una nueva división de clases, sino de especies.
… y si lo pensamos un poco “más”... pues supongo que es hora de que aparezca una ciencia de “antropología invertida”, es decir una ciencia que empiece a estudiar a estas nuevas especies de posthumanos, y no tanto para llegar a una conclusión como para intentar aclarar un poco “más” el asunto :-)
me gusta lo que dices! ¿salida por la tangente? Por lo pronto, apunto esa "antropología invertida" en mi agenda de asuntos a retorcer.
ResponderEliminarTina Small is better
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