lunes, 8 de abril de 2013

A_maestrados

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Konrad LorenzHablaba con las bestias, los peces y los pájaros
Jacques RanciereEl maestro ignorante

Quien sienta curiosidad por la etología pero se vea intimidado por la potencial opacidad de un campo científico tan poco difundido, puede darle una oportunidad a este “Hablaba con las Bestias, los Peces y los Pájaros” de Konrad Lorenz, el más celebrado maestro en el estudio del comportamiento animal. Lo poco que conozco de su obra académica exuda una atmósfera decididamente más sobria y sistemática, mientras que este entrañable anecdotario de la intrahistoria de sus estudios zoológicos se disfruta como una divertidísima comedia de enredo doméstico entre personas y bichos: Lorenz relata en tono afable las rocambolescas situaciones habituales en su convivencia con otros animales, en las que queda (auto)retratado como un personaje de lo más tierno y pintoresco, un amante de la vida antes que un estudioso aséptico, para sorpresa de los que esperen de él la seriedad que sugeriría su condición de Premio Nobel de Medicina.

El libro es muy explícito en sus salves al reino animal y la virtuosa honestidad de su comportamiento, y encantará a todo aquel que haya disfrutado alguna vez de la hermosísima experiencia afectiva de con-vivir con una mascota: Lorenz habla del mundo zoológico con el respeto, veneración y pasión que le confieren las innumerables horas que pasó experimentando con (y, fundamentalmente, observando a) bichos de todo tipo, y el horizonte del texto no puede ser otro que convencer al lector de que la distancia que separa la inteligencia sintiente del homo sapiens de la del resto de especies es mínima, recalcando en todo momento que la dignidad, hondura y sentimentalidad del reino animal es equivalente a la que nos suponemos a nosotros mismos en calidad de “humanos”. Y, aunque pueda sonar un poco nazi por mi parte, ahí radica la mayor crítica que se le puede hacer a un ensayo tan irreprochable como éste: el trabajo de Lorenz queda prematuramente envejecido por su insistencia en humanizar a los animales antes que en animalizar a los humanos.


Desconozco el ideario sociopolítico de este autor, pero el subtexto de sus valoraciones hace intuir que este científico era un hombre escorado hacia lo conservador, e intuitivamente defensor de principios morales decididamente añejos. Así, insiste en asombrarnos con la admirable fidelidad sentimental de las parejas de casi cualquier especie (que describe, muy simpáticamente, en cachondas coreografías de galanteo y ligoteo), en la honradez y sinceridad de las expresiones afectivas de los cánidos, en el respeto a las jerarquías de grupo, y otros pequeños detalles “psicologistas” que nos dejan claro de qué pie cojea este autor. En ese sentido, además de previsible, la zoo-moral que describe Lorenz viene a prefigurar una especie de paradójica utopía ecológica, como si el “ser humano” debiese aprender de sus hermanos animales todos aquellos valores que un día tuvo y tristemente perdió: en su silenciosa carencia (parcial) del habla, el animal es para Lorenz en muchos sentidos “más humano que lo humano”. Por más que en algún pasaje refute esta hipótesis, esa es al menos la sensación que me ha provocado, pues todo el libro está recorrido por la compasión hacia la inocencia propia de unos seres demasiado “naturales” como para dejarse corromper por la mentira, el egoísmo o la crueldad. Como los niños, los animales son en cierto ideario moderno los seres “libres de culpa” por antonomasia.
La genealogía moral más sensata para la poética de Lorenz seguramente sea la del buen salvaje” roussoniano, o la nostalgia por la inocencia perdida como única existencia auténtica. Uno de los grandes topicazos progres es que algo se perdió en el paso de la Natura a la Nurtura, y uno de los recursos más socorridos para demonizar la sociedad actual es compararla con hipotéticas Arcadias del pasado remoto, en las que hombre viviría en armonía con el Prójimo y el Cosmos, no tenía miedo a la muerte, guerreaba con nobleza, respetaba a los Muertos, aceptaba sabiamente su dependencia y sumisión a la Madre Tierra, reverenciaba sus alimentos, etc: nostalgia que como he dicho alcanza incluso a Deleuze con aquellos pasajes elegíacos sobre los “clanes” pre estatales, e incluso quizás a alguien tan rocoso como Baudrillard en su añoranza por cierta reversibilidad simbólica en los años del catapún. El origen de dicha Nostalgia por la pre-historia (lo pre-antrópico) como Paraíso se debe para algunos analistas al mismísimo libro del Génesis. Varias lecturas de la Biblia consideran que la manzana de Adán y Eva es metáfora de la entrada en el reino de lo simbólico, condenando a nuestra especie a su actual estado de errática decadencia, desprecio por sí mismo y la naturaleza, y situándonos sin vuelta atrás en la senda de un Apocalipsis moral siempre inminente. Según estas lecturas, la Gran Cagada de la humanidad fue el desapego y minusvaloración del Orden Universal del que proviene, y que sustituiría por un mundo pecador construido sobre especificidades humanas tales como la crueldad, la seducción y la mentira, que en principio no existirían entre los animales. Evidentemente eso no es así, y el reino zoológico es prolijo en muestras de suprema crueldad y complacencia en el dolor de la víctima, engaños de todo tipo, luchas de clases, juegos de seducción e intrigas palaciegas tan complejas como las que Lorenz describe al respecto de ciertas especies de pájaros, que no escatiman en infidelidades de pareja, contubernios políticos contra el jefe del clan, belicosidad permanente y sublevaciones revolucionarias de todo tipo.


El comportamiento de los animales también opera bajo una “cultura” simbólica, e incluso históricamente construida: la soberanía que una manada reconoce en un Lobo, por ejemplo, no se debe a una supremacía física contrastada, sino a procesos dialécticos en los que su fuerza haya sido de-mostrada de manera ceremonial (y, si me apuran, incluso teatrera). El macho alfa lo es en muchos caos en virtud a heroicidades bien pasadas, y su gobernanza sobre la manada no es comprensible más que en el marco de un “pacto político” con todas sus implicaciones simbólicas. Incluso las hormigas, en su conformidad con el orden jerárquico de cada comuna, y pese a lo limitado de sus minúsculos cerebros, son bichos fuertemente culturales, con su correspondiente repertorio de hábitos rituales, obligaciones, estigmas, etc. La potencia filosófica de la etología reside imho en su capacidad para desestabilizar el consenso que delimita lo instintivo de lo cultural, no ya diluyendo lo humano en lo animal, sino sintetizando ambos dominios en una lógica común que desactive la supuesta especificidad respectiva de lo natural, lo artificial y lo cultural.
El problema de la cultura, al menos desde un punto de vista materialista que acepte que antes que seres pensantes somos trozos de carne animada, es comprender cómo llegamos a participar de ella: hay quien describe ese proceso como una entrada” en lo cultural, y quien más bien habla de una adquisición” de la cultura. Una diferencia que puede parecer anecdótica, pero que de hecho implica dos concepciones antitéticas cuál es la consistencia de lo cultural: en el primer caso se trata de un conjunto de comportamientos, y en el segundo de un conjunto de conocimientos. En cualquier caso, se supone que la cultura no es innata, pues llegamos al mundo como “receptáculos” vacíos a la expectativa de ser determinados mediante un proceso que nunca es aprendizaje autónomo, sino mediante la comparecencia de la comunidad mediante una actividad social tan peliaguda como es la educación.
El libro de Ranciere sobre el “método Jacotot” es en el fondo nostálgicamente humanista, pues todavía se confía en la capacidad emancipatoria del aprendizaje como camino a la plenitud incondicionada de las potencias propias. Partiendo de una muy democrática y ecuánime consideración de la igualdad de las inteligencias, Jacotot proponía que enseñar no consiste en instruir”, es decir, proveer un cuerpo de conocimientos ya constituidos por parte de un “profesor” sapiente a un “estudiante” ignorante relacionados verticalmente, sino en un acompañamiento” del maestro al alumno en el que el camino hacia el conocimiento es constituido en el desarrollo de las facultades activas de éste, y no meramente en su receptividad pasiva. El método en cuestión es generalmente invocado por los que confían en que “educar” es un gesto fundamentalmente liberador, aunque nunca se haya realizado plenamente en ningún sistema educativo porque supondría una amenaza a la verticalidad inherente a los aparatos de instrucción: siguiendo la lógica de Jacotot desaparecerían las Academias, los premios Nobel, las “vacas sagradas” de la cultura y las potestades de cátedra… y todos ellos son fenómenos demasiado esenciales a la episteme capitalista como para cargárnoslas de un plumazo. Los marxistas radicales de los años 60 afirmaban que los “sistemas educativos” eran absolutamente necesarios para el correcto funcionamiento de la máquina estatal, pues lo que se “aprende” en un aula no son conocimientos ni comportamientos, sino ante todo la noción de “autoridad: el alumno debe asumir su obligación de estar 8 horas al día con el culo pegado ante el pupitre, y aceptar las órdenes de un señor que decide qué se puede hacer y qué no. Aprende así el funcionamiento del mandato, que a fin de cuentas es lo característico de la cultura como narración de la realidad convivida.


Así que olvidemos a Jacotot y sus utópicas ensoñaciones de una educación liberadora: el modelo imperante y socialmente aceptado de en qué consiste “educar” es el que ilustran esos interesantísimos programas de “coaching” del tipo “Hermano Mayor”, “Supernanny” o “El encantador de perros”, que pese a estar protagonizados por sujetos supuestamente diferentes (el púber descarriado, el infante asilvestrado, la mascota indomesticada), en el fondo son tratados mediante una estrategia común. Ante todo, se trata de instruir disciplina, para lo cual no se recurren a innecesarios discursos moralizantes o sentimentales (aunque éstos son utilizados como maquillaje del proceso, para que a ojos del espectador el show resulte “humano”) sino que el problema se resuelve pragmáticamente mediante un acondicionamiento pavloviano tan efectivo como poco sutil. Sea en el caso de los chuchos, los mocosos o los niñatos, la domesticación se propicia mediante la transmisión de un principio irrefutable: lo más inteligente para ti es aceptar la autoridad. Si lloras no hay postre, así que no llores; si te emborrachas no hay paga, así que no te emborraches; si ladras a los desconocidos no hay paseo, así que no ladres. La mecánica del show es muy perversa, pues el sujeto indomesticado siempre es presentado como un chantajista” al orden establecido, y su “entrada en la cultura” pasa, como digo, por su connivencia con el reglamento que la legisla.
No soy tan romántico como para demonizar esa dinámica por su oposición a cierta idea ácrata de la “libertad”, pero las veces que he visto esos programas siempre me ha dado la sensación de que las únicas víctimas son precisamente los indomesticados, cuyo vandalismo nunca es casual sino resultante de las problemáticas de los hogares que habitan. Evidentemente, todos esas chonis afurciadas, canis endrogallados, chuchos esquizofrénicos y enanos despóticos se comportan como tal a consecuencia de la torpeza de sus tutores, que proyectan en ellos todo tipo de fantasmagorías inconscientes que malamente pueden soportar los maleducados. Muy tramposamente, el show pretende ser “imparcial” en el arbitraje de los problemas al introducir en el hogar a un educador neutral que observa la problemática “objetivamente”,desde fuera”, y que siempre es una figura carismática que porta en sí el espíritu de la Autoridad: la MILF que ejerce de supernanny, el peripatético malote reinsertado que proponen como “hermano mayor”, y ese señor con el cutis raro (¿se da botox?) que domestica a los canes. Primero se expone lo infernal de la convivencia doméstica, se valora el déficit de autoridad (el problema siempre es la incapacidad de los tutores para “meter en cintura” al sujeto que quieren educar) y luego se despliega todo el arsenal de instrumentos conductistas capaces de imponer los hábitos “educados” necesarios para la convivencia armónica.

Reconozco que sólo suelo ver los primeros minutos de esos programas: encuentro que lo verdaderamente interesante y divertido es el momento inicial en el que el indomesticado monta el belén en su hogar. En cuanto aparece en escena el Educador de turno con su magnanimidad imperial el interés decae gravemente, porque uno ya sabe lo que va a pasar, y cómo va a pasar. Me resulta muy frustrante ese pragmatismo pavloviano tan perverso, que como digo se basa en el principio de que aceptar la autoridad es lo más inteligente, en el utilitarismo del conocimiento implícito en la premisa “si sigues así no vas a conseguir nada”, que es la que con más insistencia se transmite al objeto de instrucción. Subliminalmente se afirma que lo que el indomesticado espera y necesita es autoridad, que hay en él una disponibilidad natural a “aceptar la norma”, y que si no lo ha hecho ya es por impotencia. Pero no tengo una alternativa a este modo de educar: el mismo Lorenz reconocía la importancia ordenadora de las jerarquías para garantizar la continuidad de las comunidades animales, por lo general muy poco igualitarias.
El problema de la educación es fundamentalmente el problema de la autoridad: cómo puede el educador “hacer fuerte” al alumno sin imponer dogmas cuyo sentido el estudiante todavía no está preparado para comprender. Volviendo a Lorenz y sus estudios sobre las jerarquías animales, está claro que en el reino zoológico la cuestión se resuelve sin miramientos mediante la fuerza bruta, así que no sé hasta qué punto los materialismos del “animal humano” pueden servirnos de inspiración para un nuevo paradigma educativo menos tramposo (y menos hortera) que los del coaching televisivo. Algunos compañeros que son “profes” (como espero serlo yo mismo más pronto que tarde) insisten en que los alumnos son inmanejables sin el recurso a mecanismos casi despóticos por parte del profesor, como si el infante comprendiese instintivamente el respeto al déspota se deduce de la superioridad física… pero quiero creer que ello es un fenómeno circunstancial propio de la civilización que promueve el modelo educativo que todos conocemos, y que como digo se basa en la disciplina (la aceptación de la tortura de 8 horas con el culo pegado ante el pupitre). No tengo una solución clara para este problema, pero intuyo, con Jacotot, que la solución pasa por la instauración de una relación de amistad entre maestro y alumno… aunque, paso previo necesario, antes debamos plantear el problema irresuelto de aclarar en qué consiste la sabiduría.
Pero lo cierto es que casi todos mis amigos que siguen los consejos del encantador de perros, afirman que la mascota más feliz, es siempre la mascota amaestrada, así que no sé...

5 comentarios:

  1. Buen artículo, complace coincidir en muchos puntos, ya se sabe. No obstante, te dejo dos observaciones y una reflexión loca.

    1. El concepto de "carne animada" referido al animal lejos de encajar con ningún materialismo encajaría con una suerte de idealismo pop ciego a lo manifiesto. No olvidemos que Platón no deja de ser un gran materialista. Pensemos en la materialidad radical de la Idea... no es tan simple como una forma independiente, la Idea es consistencia material heterogénea en cierto modo... ¿o no? Al final las oposiciones tajantes entre sistemas de pensamiento son bastante superfluas si se profundiza lo suficiente, se llega sencillamente a momentos de decisión críticos que sí pueden ser incompatibles y luego al desarrollo de ciertos aspectos que normalmente se complementan y son compatibles con los de otros sistemas.

    2. Sobre las alternativas al condicionamiento clásico, tienes el condicionamiento operante, más dado al refuerzo positivo. Pienso que el objetivo ideal de una educación, vamos a decir constructiva, debería ser la apertura a la bildung. Otra cosa bien distinta sería la bildung, pero tal proyecto sólo puede surgir de un voluntad genuina que toma sobre sí el cuidado y cultivo de una singularidad histórica que se ejerce en el dar de sí. No podemos exigir al niño que trascienda su egoísmo fundamental, ni que sueñe con mayor intensidad que el adulto. Es una lástima que el sueño ilustrado y las condiciones de producción y de consumo imperantes, me temo que el pan-gimnastikon tampoco fue mejor, producen subjetividades muy primarias que viven en una suerte de ensueño irracional. Nada más irracional que la racionalidad ilustrada. Luego está el problema del ideal que anima ese construirse de por vida, la imagen del pensamiento de fondo, porque tampoco está exenta de desarrollos absurdos como puede ser el héroe carlyniano, el hombre de acero o la modelo de pasarela; sin embargo, creo que se entiende que nos referimos a una bildung auténtica en sentido heideggeriano.

    Reflexión poética.

    Si la intensidad no está del lado de lo múltiple sino de la extensión, siendo que la intensidad "produce" una profundidad sui generis, igual que la típica ilustración del embudo de un agujero negro, así pasa con el campo de presencia y su singularidad, un ego que sería el precursor oscuro que va trenzando las series...


    Encantado de leerte!

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    1. Error: En lugar de "Si la intensidad no está del lado de lo múltiple sino de la extensión" sería "Si la intensidad no está del lado de lo múltiple, sino que lo múltiple está del lado de la extensión,..." una construcción un poco enrevesada pero creo que sirve para expresar el sentido de la reflexión.

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  2. Bonito texto. Muy entretenido -como siempre que utilizas tu “estilo libre”-. Frases como que “la Gran Cagada de la humanidad fue el desapego y minusvaloración del Orden Universal del que proviene” me parecen muy sugerentes, pero yo cambiaría ese “Orden Universal” por el de un Desorden Universal al que intentamos “ordenar” -en ambos sentidos del término- para protegernos del caos o del azar -algo no sólo imposible sino sutilmente indeseable, creo-.

    Sobre lo de la sabiduría... ya lo dijo Epicteto, un estóico que creo que se paso media vida de esclavo en la Roma del siglo I: “Concededme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría para establecer esta diferencia”.

    Sobre este asunto leí algo también interesante de un tal Simón Royo que se titula “El prejuicio sociológico: ensayo sobre el resentimiento o de la pasión contra la razón”, en el que dice cosas como éstas:

    “El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas al día está deprimido, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que el esclavo con grilletes esperaba mucho de la vida y que, por tanto, en el fondo su pesimismo proviene de su exagerado optimismo.

    Ahora démosle la vuelta al acontecimiento y expliquémoslo, invertido, por la misma regla de tres: El esclavo con grilletes que debe picar piedra durante 18 horas diarias es muy feliz, luego, aplicando la argucia de San Sábato, hemos de concluir, que no esperaba mucho de la vida y que, por tanto, no ha pecado de optimismo hasta el punto de que le llevase a la depresión.

    De esta manera resulta que todo el que está deprimido es porque espera mucho de la vida, mientras que todo el que esté feliz será quien no espere mucho de la vida. Con lo cual nos vemos imposibilitados de realizar ninguna argumentación objetiva acerca de la calidad de vida de los individuos, ya que ésta dependerá del grado de esperanza que éstos sientan o dejen de sentir en su fuero interno.

    Distinto sería plantear la medida de alimentación, ciertamente objetivable, que los cuerpos humanos (dependiendo de su complexión y otras variables) deben ingerir para que se los considere suficientemente nutridos y declarar que, aquellos que sobreviven por debajo del nivel nutricional mínimo tienen, en ese aspecto, una mala calidad de vida”.

    http://www.plusformacion.com/Recursos/r/Educacion-mercado-filosofia-formacion-politica-ciudadania-3ra-Parte


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  3. Sobre el comentario del anterior post -de Observer sobre JB y su “Por qué la ilusión no se opone a la realidad”-:

    Para JB la fotografía no es sólo una imagen congelada. Y no es su dimensión estética ni cultural lo que le interesa, sino su dimensión social, y cómo precisamente la imagen -que es un desafío instantáneo de desciframiento- está acabando con toda comunicación de mensajes que requieren un tiempo de reflexión -procedente del “espejo” burgués, el narcisimo y esas cosas-, y una distancia capaz de producir ilusión con la imaginación.

    La imagen transmitida en “tiempo real”, por el contrario, lo que produce -y reproduce- es la simulación, terminando así con toda ilusión pero creando una especie de fascinación (fascinación por la perfección del objeto, etc.)

    Y todo esto tiene mucho que ver con la aceleración de Virilio y con “el medio es el mensaje” de McLuhan.

    Para JB la realidad, no es que no exista, sí existe, pero hace tiempo que es producida por todo un sistema de medios de simulación de “lo real”, que operan -aparecen y desaparecen- en el lugar vacío de las pantallas. Lugar en el que quizá, IMHO es donde quede todavía algo de “ilusión”, debido a que la relación de fuerzas reales ha sido sustituida por la relación de fuerzas virtuales que producen ya una realidad muerta y desvitalizada, del mismo modo que producen unas vacas desvitalizadas a base de piensos y hormonas, o unos vegetales desvitalizados a base de mutaciones genéticas y herbicidas que repelen a sus viejos “enemigos” -y también a sus viejos amigos, claro- naturales, reales -o como se les quiera llamar- de ese pasado real. Porque como dice JB: “no vivimos ya un tiempo real, sino hiperreal”.

    … pero yo supongo que es “gracias” a la ciencia por lo que vivimos en esta alucinada hiperrealidad... y por lo que seguimos para bingo, claro... o para otro big-bang, no sé:

    http://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-de-ciencias/la-interacci%C3%B3n-cu%C3%A1ntica-es-10-000-veces-m%C3%A1s-183345109.html


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  4. offtopic total: tremendo temazo de stanislav tolkachev, este tío me deja KO con todo lo que hace, impresionante!!!
    http://soundcloud.com/emergence-pohjola/bonus1-stanislav-tolkachev-4th

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