jueves, 2 de mayo de 2013

La fuerza de la gravedad (social)


Un Amor entre Dos Mundos (Upside Down), Juan Solanas, 2012

La (moderada) decepción que ha supuesto esta Un amor entre dos mundos en el selecto circuito de la ciencia ficción arthouse (aka especulación existencial para consumidores de Dragones y Mazmorras) era predecible dado lo tibio de su material de partida: la historia sonaba prometedora por lo ingenioso de su planteamiento escénico (un universo hipotético en el que dos ciudades se sitúan una sobre la otra separadas por unos metros, cada una sometida a su respectiva fuerza de la gravedad física y social) pero su potencial pegada se diluye en un guión almibarado y sedoso, que muy cobardemente rehúye indagar los innegables tenebrismos que subyacían a la distopía sórdida que debía haber sido. Un macguffin como este pedía a gritos un abordaje bastante más rocoso y espectral, y la epopeya para toda la familia que aspira a ser finalmente el film da lugar a una insuficiente zarzuela BBC (buena, bonita y cara) que ignora que lo que su público potencial demandaba era negritud en estado puro. No obstante y pese a su escoraje hacia la poética del amor cortés más consabido, la peli no deja de ofrecer momentos sobrecogedores gracias a la belleza plástica de sus viñetas, lujosas estampitas digitales que figuran un universo de innegable eficacia simbólica y cuyas metáforas son comprensibles, de tan evidentes, incluso por el sector menos ilustre de la platea. Se ve con mucho placer, y el paladar se queda con el regusto agridulce de una receta que, sin saber mal, queda eclipsada por la intuición de lo que pudo haber sido de haberse añadido más picante. Cine de palomitas para disfrutar haciendo manitas, frente a la anómala pedrada existencial que prometía su inquietante iconografía escénica.



De tan simple, su analogía política queda exhausta en los primeros minutos del metraje, pues el mundo socialmente bipolar que plantea remite inmediatamente a ciertos folklorismos políticos maniqueos, agotados quizás ya en el siglo XIX: con un poco de Los miserables y otro tanto de Arriba y abajo, y convenientemente perfumada al gusto del consumidor de Apple, su diagramática fabulación de un “amor imposible” se autodestruye en cuanto el espectador comprende que ese amor de imposible no tiene nada, y el guión queda reducido a la cuenta atrás hasta la predecible resolución de la disparidad social y sentimental de sus protagonistas. El folletín satisfará al tipo de oficinista “sensible e inteligente” que en su día se entusiasmó con Amelie (su referente estético y argumental más evidente), tanto como hará bostezar al hambriento de metralla meta-política.


Los que esperábamos una puesta al día del Dickens más incómodo por la vía del steampunk nos quedamos con la miel en los labios, y quizás lo más interesante de este artefacto sea su dulzona presentación de cómo el pequeñoburgués del siglo XXI moderniza su sempiterna mitificación de la marginalidad softcore: la redención del desarraigado se da indefectiblemente cuando éste promociona como mánager y se casa con la más riquiña. Demasiado buenrollismo para una época en la que lo que nos apetecería a casi todos, tal y como está el patio, es subirnos a un tejado y disparar a todo lo que se mueva. Lo dicho: un film que brilla única y exclusivamente en su muy plástica presentación de los slums (noir cyberpunk de ambientación Gustav Dorè que en sus pasajes más sublimes recuerda a la reivindicable Dark City de Alex Proyas), pero que fracasa estrepitosamente al apostar por una dialéctica de antinomios en unos tiempos esquizofrénicos en los que ya no podemos permitirnos el lujo de metaforizar la otredad en la inmediatez de dos bloques enfrentados: en la política contemporánea, “el Otro” es necesariamente multifocus, caleidoscopio, multilateralidad.  

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